viernes, 8 de enero de 2010

Expresión oral: Hablar


La vida actual exige un nivel de comunicación oral tan alto como de redacción escrita. Una persona que no puede expresarse de manera coherente y clara, y con una mínima corrección, no sólo limita su trabajo profesional y sus aptitudes personales, sino que corre el riesgo de hacer el ridículo en más de una ocasión.

Varios estudios sobre el análisis del discurso oral y de la conversación señalan las estrategias que utilizan los interlocutores para comunicarse. A continuación ofrecemos un esquema teórico de expresión oral en el cual se distinguen conocimientos y habilidades. Los conocimientos son informaciones que sabemos, que tenemos memorizadas: incluyen el dominio del sistema de la lengua (gramática, léxico, morfosintaxis, etc.), pero también otros aspectos relacionados con la cultura (estructura de las comunicaciones, modelos culturales,etc.). Las habilidades hacen referencia a los comportamientos que mantenemos en los actos de expresión: las habilidades de adaptarse al tema, de adecuar el lenguaje y muchas otras.

MODELO DE EXPRESIÓN ORAL

Las comunicaciones humanas se estructuran y se fijan a partir de la repetición y de la experiencia que van adquiriendo los interlocutores. Se definen los temas de la situación, se establecen las intervenciones o los turnos de palabra y se configuran los roles. Rutinas es el nombre que se le dan a estas estructuras comunicativas, en las que habitualmente se distingue entre la información (el contenido de la transacción) y la interacción (estructura de las intervenciones). Las rutinas son absolutamente culturales y varían entre las comunidades lingüísticas porque también varían las formas de relación de las personas. El conocimiento de las rutinas permite ejercitar la primera habilidad comunicativa, que es la planificación del discurso. A partir de la experiencia que se tenga en situaciones parecidas a la que se va a producir, se puede prever lo que pasará y decidir cómo comportarnos: sobre qué temas se hablará (información) y de qué manera (interacción). Por un lado, hay que saber colaborar en la selección y en el desarrollo de los temas: iniciar un tema, ampliarlo, desviarlo hacia otro tema, acabarlo, etc. Por otro, es necesario saber dominar los turnos de palabra, es decir, saber cuándo se puede hablar, durante cuánto tiempo y cuándo se debe ceder la palabra. Respecto a este punto, Bygate [9] distingue cinco estrategias concretas:

  1. Saber tomar la palabra en el momento idóneo.
  2. Saber aprovechar la palabra (decir todo lo que toca, adecuarse a la estructura de las
  3. Saber indicar que se quiere hablar (gestos, sonidos, saludos, etc.)
  4. intervenciones, etc.).
  5. Saber reconocer las indicaciones de los demás para tomar la palabra.
  6. Saber dejar la palabra a otro.

El trabajo siguiente que realizan los interlocutores es la negociación del significado. Es un proceso de adaptación mutua donde dos discursos tienen que convergir en un único significado. Las habilidades que se utilizan suelen ser de dos tipos: la selección del nivel de explicación y la evaluación o confirmación de la comprensión. En la primera, los interlocutores tienen que escoger el grado de detalle y de desarrollo con que se van a explicar. El defecto de información provoca incomprensión, pero el exceso es reiterativo, cansa y aleja la atención de lo que es relevante. Para encontrar el grado adecuado de explicitación hay que tener nociones sobre lo que sabe el receptor y sobre lo que le interesa. En la segunda los interlocutores confirman que el nivel de explicitación es adecuado y que se ha comprendido el mensaje. Se trata de un proceso de colaboración entre emisor y receptor, en el que ambos participan activamente.

En conjunto, el nivel de explicitación del discurso afecta a la cantidad de información que da el emisor, pero también a los demás aspectos lingüísticos, como la selección gramatical y léxica. Cuanto más detallado y minucioso tenga que ser un discurso, más posibilidades hay de que se usen palabras específicas de un campo léxico o de que la sintaxis sea más compleja. Estas opciones también dependen, evidentemente, de los conocimientos lingüísticos del interlocutor. En cualquier caso, la negociación del significado está conectada, tal como se muestra en el esquema anterior, con el proceso de selección lingüística de la expresión.

El último componente de la expresión oral, que incluye habilidades específicas, es la producción real del discurso, es decir, la pronunciación de las frases y palabras que implican los significados.

En la comunicación oral, los interlocutores no siempre tienen mucho tiempo para expresar y comprender lo que se dice, a diferencia del redactor y del lector. Los intercambios verbales son rápidos e instantáneos, y a menudo es necesario relacionarlos en pocos segundos, siendo muy útiles la improvisación y la agilidad. Para adaptarse a estas dificultades los interlocutores utilizan dos habilidades: la facilitación de la producción y la compensación de las dificultades. En la primera, los emisores simplifican tanto como les resulta posible los trabajos gramaticales o condicionamientos del sistema lingüístico (oraciones, corrección, etc.). Así, simplifican la estructura de la frase (simple, yuxtapuesta o coordinada con y o pero), hacen muchas elipsis (frases incompletas, información implícita, códigos no verbales, etc.), utilizan fórmulas y expresiones fijadas por la rutina correspondiente (hace buen tiempo, ¿cómo estamos?, etc.), repiten muletillas (quiero decir, bien, etc.) o hacen pausas diversas. En conjunto, buscan la prosa gramatical más económica y rápida. Lo hacen para librarse de la tarea más mecánica y superficial (producción), para poderse dedicar a las demás (valorar, hacer planes o seleccionar). En la segunda, los emisores refuerzan su expresión y ayudan al receptor a comprender lo que dicen. Por estos motivos, a menudo se autocorrigen a medida que van hablando (afinando y puliendo el significado que en la primera expresión no había resultado perfectamente ajustado), repiten los puntos más importantes (para dar oportunidad al que escucha), resumen lo que dicen y lo reformulan con otras palabras, utilizando ejemplos y comparaciones (con la finalidad de usar expresiones distintas que resulten más comprensibles). En conjunto, el emisor intenta compensar las dificultades de la comunicación oral con redundancias o repeticiones de la información.

A causa de estas circunstancias la interacción oral tiene una textura lingüística (frases inacabadas, anacolutos, repeticiones, muletillas, etc.) diferente de la del texto escrito y de la estructura lógica de la frase que indican los libros de gramática, y que puede parecer incorrecta o pobre para algunos docentes. Hay que entenderla como una característica normal de la expresión, y no como un error o un síntoma del imitaciones gramaticales del alumno. Todos hablamos de esta manera, a no ser que estemos haciendo una exposición formal preparada con antelación.

Finalmente, el esquema incorpora la habilidad de la autocorrección gramatical a partir de las reglas de la normativa sobre gramática y pronunciación. Es la habilidad que permite fijarse en la forma del discurso y corregir algún error que se haya cometido: una incorrección léxica, una palabra mal dicha, etc.

Este conjunto de habilidades actúa en varios niveles del intercambio verbal y se interrelacionan las unas con las otras durante todo el tiempo que dura la comunicación. Es claro que no se puede entender la expresión como un proceso lineal donde las habilidades se usan una tras otra, sino como un acto global en el que cada componente depende de los demás.

Dos aspectos que tienen gran importancia en la expresión oral y que no se citan en el esquema porque no pertenecen al terreno estrictamente lingüístico, son el control de la voz y de la comunicación no-verbal. El primero incluye lo que afecta a la calidad acústica de la producción: la impostación de la voz, el volumen, el tono, los matices y las inflexiones, etc. El segundo abarca desde cuestiones tan decisivas como la gesticulación hasta otros aspectos más escondidos como el espacio emisor-receptor o el movimiento del cuerpo (postura, inclinación, etc.). La incidencia de estos dos aspectos en la comunicación es evidente. El orador que habla con una voz clara y potente, que sube el volumen cuando hay algún ruido ambiental (el tráfico de la calle, alguien que entra en la sala, etc..) o que es capaz de remarcar el significado con matices y cambios de tono, evita cualquier interferencia acústica y hace sentir más cómoda a la audiencia. Del mismo modo, alguien que habla desde una distancia adecuada, que mira a los ojos o que acompaña la expresión con un gesto pausado, propone un diálogo más intenso y distendido que el interlocutor distraído que mira hacia todas partes indiscriminadamente, que no mueve ni un músculo (o que no para de moverse ni un segundo) e incluso el que llega a invadir el espacio personal de su interlocutor.

A partir del modelo anterior y de las diversas habilidades detectadas, se puede hacer la siguiente clasificación de microhabilidades, que establece los diversos objetivos de la expresión oral que se deben trabajar en el aula. La lista incorpora tanto las destrezas de la conversación como las de la exposición oral.


MICROHABILIDADES DE LA EXPRESIÓN ORAL

Planificar el discurso

  • Analizar la situación (rutina, estado del discurso, anticipación, etc.) para preparar la intervención.

  • Usar soportes escritos para preparar la intervención (sobre todo en discursos monogestionados: guiones, notas, apuntes, etc.)

  • Anticipar y preparar el tema (información, estructura, lenguaje, etc.)

  • Anticipar y preparar la interacción (momento, tono, estilo, etc.)

Conducir el discurso

  • Conducir el tema

    • Buscar temas adecuados para cada situación.

    • Iniciar o proponer un tema.

    • Desarrollar un tema.

    • Dar por terminada una conversación.

    • Conducir la conversación hacia un tema nuevo.

    • Desviar o eludir un tema de conversación.

    • Relacionar un tema nuevo con uno viejo.

    • Saber abrir o cerrar un discurso oral.

  • Conducir la interacción

    • Manifestar que se quiere intervenir (con gestos, sonidos o frases).

    • Escoger el momento adecuado para intervenir.

    • Utilizar eficazmente el turno de palabra:

    • aprovechar el tiempo para decir todo lo que se considere necesario;

    • ceñirse a las convenciones del tipo de discurso (tema, estructura, etc.)

    • marcar el inicio y el final del turno de palabra.

    • Reconocer cuando un interlocutor pide la palabra

    • Ceder el turno de palabra a un interlocutor en el momento adecuado.

Negociar el significado
  • Adaptar el grado de especificación del texto.
  • Evaluar la comprensión del interlocutor
  • Usar circunloquios para suplir vacíos en el texto.

Producir el texto

  • Facilitar la producción

    • Simplificar la estructura de la frase.

    • Eludir todas las palabras irrelevantes.

    • Usar expresiones y fórmulas de rutinas.

    • Usar muletillas, pausas y repeticiones.

  • Compensar la producción
    • Autocorregirse.
    • Precisar y pulir el significado de lo que se quiere decir.
    • Repetir y resumir las idea importantes.
    • Reformular lo que se ha dicho.
  • Corregir la producción.
    • Articular con claridad los sonidos del discurso.

    • Aplicar las reglas gramaticales de la lengua (normativa)

Aspectos no verbales

  • Controlar la voz: impostación, volumen, matices, tono.

  • Usar códigos no verbales adecuados: gestos y movimientos.

  • Controlar la mirada: dirigirla a los interlocutores.

Estas microhabilidades tienen incidencia diversa en el currículum según la edad y el nivel de los alumnos. Los más pequeños tienen necesidad de trabajar los aspectos más globales y relevantes de la expresión (negociación de significado, interacción, evaluación de la comprensión, etc.). Los alumnos más grandes ya pueden practicar los puntos más específicos (autocorrección, producción cuidada, preparación del discurso, etc.).

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